jueves, 29 de septiembre de 2011

A Padre Javier

A Padre Javier

Lagrimas inundaron mi pueblo
Por uno de sus queridos hijos
Que abandonaba su nido
Para estar junto a Dios en cielo

Mi Cayey se encuentra de luto
Aunque no tenemos tristezas
Pues sabemos con certeza
Que en su vida hubo muchos triunfos

Ayudaba a los ancianos
Como teniendo un Don
A los jóvenes daba amor
Al deambúlate la mano

Toda tu vida entregaste
A servir a tus hermanos
Sin esperar que los humanos
Te hicieran un estandarte

El cielo debe estar feliz
De recibirte Javier
Además de todo aquel
Que estaba esperando por ti

Ya en Altar mayor
Te deben tener sentado
Y tú mirando a todos lados
Sintiéndote no merecedor


Autor: Carlos O. Colón Rodríguez
Miami, Florida

viernes, 9 de septiembre de 2011

Nostalgia de una llamada

Hoy como todos los días, durante los últimos treinta y pico de años, me levanté súper temprano para prepararme e irme al trabajo, quería evitar un poco el tráfico mañanero y llegaría a la oficina un poco más temprano para ocuparme de algunas cosas que no me había dado el tiempo el día anterior. Mi esposa estaba dándose el duchazo de las mañanas para también despertar por completo, así que fui hacia la cocina para prepararme una taza de café mientras esperaba mi turno al baño.

No se como, ni por que razón, me dio con ir a la computadora a ver mis emails, cosa que jamás hago en las mañanas, pues nunca he sido muy adicto a digitalización y hasta creo que de alguna forma nos hace, antisociales, informales, insensibles y un sinnúmero de cosas más que no vale ni la pena mencionar. Nada, que encontré un email de un viejo gran amigo de la escuela superior donde me enviaba una foto de esos años y con una de dedicación que leía: espero esto te traiga tan buenos recuerdos como a mí. Aquello retumbo en mi cabeza, llenó de nostalgia mi alma y la misma vez alegró mi corazón. ¿Cuánto tiempo hacia que no hablaba con este amigo?, que ingrato me sentí, parecía que con el diario vivir me había olvidado de esos buenos tiempos, de los amigos y hasta de alguna familia la cual ya no veía con frecuencia, ni le hablaba hacia ya mucho. Parecía como si el trabajo, el tráfico diario, las noticia inútiles de politiquería barata en la televisión, la radio y hasta el en Internet se hubiesen apoderado poco a poco de mi vida y no me dejaban pensar en más nada.

Sin pensarlo dos veces sacudí mi cabeza, subí a mi cuarto, ya mi esposa estaba lista para irnos a trabajar, la miré fijamente y le dije: no voy a la oficina el día de hoy. Ella me miró con una cara como si hubiese visto la cosa más fea del mundo y acto seguido me preguntó. ¿Y a ti que te dio? ¿Te afectó la taza de café que te estás tomando o qué? La miré nuevamente y le dije: no simplemente me voy a tomar el día para mí.

Ella se fue sin mediar más ni una palabra. Yo entré a la ducha me di el baño más largo que se puedan imaginar, me puse uno pantalones cortos, me serví otra buena taza de café, me senté al lado del teléfono, lo tomé en mis manos y fui llamando uno por uno a cada uno de mis amigos que tenía su número, pedí ellos algunos número de otros amigos que no tenía y también les llamé, llamé a todos mis familiares y cada uno de ellos le pedí excusas por estar tanto tiempo si saber de ellos. La mayoría se extrañaron por el tiempo que hacia que no les hablaba, algunos de ellos se alegraron y también me dieron las gracias, otros llamaron a mi esposa al trabajo para ver si me estaba pasando algo. Mi esposa me llamó durante el día un par de veces a ver si estaba bien, claro sin decirme que había recibido un sinnúmero de llamadas de mi familia y mis amigos preguntando si me pasaba algo.

En fin, terminé invitando a mi casa a todos los amigos que tenía cerca para el sábado siguiente y le dije a cada uno que esto era la fiesta del sorullo, donde cada cual tenía que traer lo suyo. Cuando llegó mi esposa esa tarde le dije: el sábado tenemos una fiesta, ella me preguntó: ¿y que celebramos? Le dije: que estamos vivos. El sábado siguiente a las 8:30 de la noche habían llegado a mi casa más de setenta personas a una fiesta que nadie sabía qué se celebraba y que creo que más que por la fiesta habían llegado por curiosidad.

Como eso de las doce de la media noche le pedí la atención a todos y le dije: le voy a decir la verdadera razón por la cual están aquí, primero no pienso morirme todavía, eso espero, por si creían que les iba a dar esa buena noticia se han podido joder. Segundo por que siento que todos los que han llegado aquí hoy son mis amigos, aquellos que todavía pueden safarse un poco de esta selva que nos esta tragando, para poder llegar aquí. Tercero por que creo que el Internet, y los mensajes de texto nos han ido robando lo único que no nos cuesta nada y que es la amistad. Perdonen que me ponga un poco nostálgico, es que siento que estoy perdiendo lo único por lo que no he tenido que pagar y eso me duele mucho. Perdemos horas viendo un montón de mierdas en la computadora, perdemos tiempo escuchando a nuestros políticos peleándose entre ellos a ver como consiguen más pendejos que les den el voto, prometiendo villas y castillos, nos tomamos una hora enviando mensajitos para acá y para allá, y no somos capaces de levantar el teléfono y decirle a un amigo ¡coño! te extraño… ¿cómo estás?... ¿estás vivo?... ¿cómo esta tu familia?... ¿me necesitas para algo?. No, solo nos limitamos a enviar un email o un mensaje de texto. Ya ni me acuerdo como es una postal de navidad o de cumpleaños, eso pasó a la historia, es retrogrado, ahora se envían postales cibernéticas, me dicen.

Así podríamos estar aquí toda la noche buscando las razones por la cuales no comunicarnos. Por eso le doy las gracias, por estar aquí conmigo y mi familia ¡coño! Desde hoy les prometo ser más consiente, más amigo y volver a preocuparme por llamarlos de vez en cuando hasta que se cansen de mí y me pidan que no los llame más.

Todos me aplaudieron de pie, y todos vinieron a darme un abrazo, a pedirme perdón por ellos tampoco comunicarse con más frecuencia y también me dieron las gracias diciendo que esto había sido una buena lección para todos, que ellos también prometían de ahora en adelante comunicarse más con sus familiares y amigos.

Así que, les pido a ustedes, los que lean esta pequeña historia, que nos unamos de alguna forma, que nos comuniquemos con aquellos que quizás están a la espera de una llamada y no de un mensaje de texto o un email, que gastemos unos centavos y enviemos una postal de cumpleaños o navidad, que enviemos una carta diciéndole a alguien lo mucho que extrañamos el no estar a su lado y recordar viejos tiempos. Estoy seguro que al otro lado alguien se los va agradecer y quizás ellos también hagan lo mismo por otros.

Autor: Carlos O. Colón Rodríguez
Miami, Florida