Cuando mí hija me llamó, hace ya unos meses, para decirme que iba a ser abuelo. Nunca imaginé que todas esas sensaciones de que la gente hablaba fueran ciertas. Había escuchado muchas veces y de mucha personas que era una de las experiencias más grande que un ser humano podía experimentar.
Hoy me levantó el timbre del teléfono, al contestar sentí la voz de mi hija, que en un tono muy bajo, cómo apagado y muy cansada me decía que ya era hora. Que fuera a su encuentro, que era a mí quién le correspondía o más bien que ella y su esposo querían que fuera yo el que tuviera la oportunidad de cortar el cordón umbilical. Aquella tirita tan fina que era la única unión entre su cuerpo y su bebe. Me dio un escalofrío en todo el cuerpo, un miedo horrible, no podía mantenerme ni siquiera de pie. Solo de pensar, que iba a tener que tomar una tijera en mis manos y dar ese corte, me hacía temblar hasta lo más profundo de mi alma.
No era cuestión de fallarle, yo que siempre había hecho la base del hombre valiente, que no temía a nada, ahora no podía dar marcha atrás y decir que no me atrevía, que tenía miedo. Era cuestión de aguantarme y sacar valor de donde no lo hubiera y no fallarle.
Llegué hasta el hospital, no recuerdo por que calles tomé, si había tránsito, si había gente en las calles, solo se que llegué al sitio indicado. Allí me esperaba mi yerno. Me pusieron una bata y me entraron donde estaba mi hija. Todo estaba casi listo, el bebe ya esta apunto de completar su proceso y mi hija me miraba con una alegría en sus ojos, como algo inexplicable. Llegado el momento tomé aquella tijera en mis manos, por el sudor y el temblor de mis manos, cualquiera podría darse cuenta que me moría de miedo. Las lágrimas en mis ojos a su vez delataban la alegría incontenible que sentía en mi corazón, pues en solo unos instantes tendría entre mis manos a la más inocente e indefensa criaturita. Dios no solo me había dado la alegría de ver a mi hija nacer, crecer, casarse, sino que ahora también me regalaba la oportunidad de sentir una de las más grandes alegrías. Ver como se desprendía un ser humano de otro para comenzar a ser un ente propio.
En ese momento solo pasaban por mi mente, un sinnúmero de preguntas. ¿Cómo era posible que hubiera en el mundo tanto ser humano que pensara en dañar a un niño? ¿Cómo era posible creer que hay padres que nos les importa un hijo? ¿Cómo es posible que haya madres que utilicen el aborto para esconder los errores cometidos y no atenerse a las consecuencias de sus actos?
Si hoy, al tener a esta indenfesa criatura en mis manos, lo único que he podido hacer es arrodillarme y dar gracias a Dios por haberme permitido ser parte de este suceso tan grandioso que es La Creación
Autor: Carlos O. Colón Rodríguez
Miami, Florida
email: carlos@libroscolon.com
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