martes, 22 de junio de 2010

Mamá

Ayer desperté a media noche, estaba empapado en sudor y con unos escalofríos que parecía que me estaba muriendo… estaba soñando. Me encontraba sentado al lado de tu lecho y mientras contemplaba tu faz, miraba tu debilidad y la palidez de tu rostro, mi pecho se oprimía como si un pedazo de cielo se cayera sobre mi, mi corazón no dejaba de latir con tanta fuerza que pensaba que se me iba a salir de pecho. En mi garganta se hacia un nudo al sentirme tan inútil ante lo que sentía tan cerca.


Mientras todo esto sucedía, apretaste mi mano como si supieras todo lo que sentía mi alma. Una vez más tratabas de darme fuerzas como, cuando era un niño y acariciabas mi cabeza en señal de amor, siempre buscando la forma de darme fuerza para que aprendiera a sobrellevar lo que no podía cambiar. Cuantas veces cubriste mis faltas, cuantas veces perdiste el sueño a mi lado cuidándome, sabes, te confieso que siempre me di cuenta que estabas ahí, pero me sentía tan protegido que me era muy difícil dejarte ver que estaba bien y perder la oportunidad de tenerte cerca. El solo instante de tenerte a mi lado me hacia sentir el ser mas feliz sobre la tierra.



Muchas veces me pregunté si todo el mundo sentiría lo mismo, pero este era mis secreto más preciado y no quería que nadie lo descubriera. Nunca me atreví tampoco preguntarle a nadie si sentía lo mismo, pues temía que se perdiera aquel encanto de tenerte cerca.



Nunca, hasta este día, he podido explicarme a mi mismo este amor tan grande que siempre he sentido por ti. Sería el mismo amor que Jesús sintió por su madre. Cuantas veces he tratado de buscar una respuesta y siempre me encuentro entre la misma incertidumbre.



Hoy, siento que este amor se me va de las manos sin poder hacer nada. ¿Que estaba sucediendo? ¿Por que me sentía como un niño ante la impotencia de ayudarte, si yo sabía que este momento llegaría algún día? Pero hoy estaba aquí a tu lado y olvidaba todo lo que me habías enseñado. No quería que te fuera, quería tenerte para siempre sin importarme pecar en ese momento al ir en contra del destino.


He estado suplicando a Dios que me de las fuerzas necesarias para dejarte ir, pero me traiciona el corazón y dentro de mi hay algo que no permite que esta suplica se haga verdadera.


Señor, yo aprendí a rezar junto ella arrodillado imploro perdones mi ignorancia, perdona mi desobediencia al no querer seguir tu designios, pero es que me siento tan impotente ante lo que se aproxima y lo que en este instante que pones delante de mi que las fuerzas me han ido abandonado que ya no me tengo fuerzas ni para llorar.


Señor permite que este momento tan doloroso solo se haga tu voluntad.




Miami, Florida


No hay comentarios: