lunes, 2 de agosto de 2010

¡Que Regalo, Señores, Que Regalo!

Me senté a planificar con mi esposa las vacaciones que tomaríamos durante la navidad y mientras yo trataba de convencerla y le sugería con todo el romanticismo que amerita que fuéramos a Paris, Francia a despedir el año donde renovaríamos nuestros votos de amor, me interrumpió el sonido del teléfono, era mi hija que vive en la ciudad de Memphis, Tennessee. En ese momento nos anunciaba que estaba embarazada e íbamos a tener nuestro segundo nieto, yo miré a mi esposa detenidamente y pensé para mis adentros, faltan más o menos ocho meses para navidad, ¿será que se me dañaran las vacaciones? Inmediatamente le pregunté: ¿para cuando? Me tienen para finales de diciembre, ¡hum! Lo que me sospechaba. Se me aguó el viaje, ni pensar que mi esposa se fuera de vacaciones dejando a su hija de parto, así que en un lugar de ir a Paris, íbamos a parir. Nada, que llegó la navidad y no fuimos a casa de mi hija, cuando la vimos no podía creer aquella pequeñita mía, que siempre la había visto como una muñequita, que media a penas 5 pies y pesaba menos de 100 libras estaba casi deforme, perdón me va matar cuando lea esto, pero no podía creer su transformación. Esos días transcurrieron muy rápido y llegó el 31 de diciembre, fecha en que para mi, y creo que para muchos, es el día en que celebramos el fin de año que nos deja, nos despedimos de las alegrías, las tristezas, los cosas malas que nos han pasado durante año, donde tratamos de enterrar todo lo malo, algunos también lloran pues se va el año que le ha traído muchas cosas buenas y temen que el se aproxima no sea igual. También celebramos la llegada del nuevo año con suplicas, oraciones, y nuevas esperanzas. Rogamos por el año que llega venga repleto de salud y muchas cosas lindas y para los nuestros.

Los síntomas se asomaron muy temprano en la mañana, nos fuimos al hospital, mi esposa, mi hija, su esposo, mi hija menor y yo. Allí nos llevaron a una habitación, que parecía más una suite de un hotel que un hospital, enseguida le pusieron todos monitores, el suero y montón de cosas más, que no se ni que eran. Yo me sentía con una cucaracha en baile de gallinas, pues nunca había estado en una situación como esta y tratándose de mi hija el miedo que tenía era incontenible, las manos y los pies me temblaban que parecía que me iba a caer en pedacitos, pero que cará, ya estaba allí y tenía que seguir hasta lo último.

La enfermera y el médico venían cada rato a tomar, dis que, las medidas y salían, volvían y entraban de vez en cuando, esta larga espera para mi solo hacia que aumentaran mi ganas de salir de allí corriendo, casi podría decir que me volvía medio loco. En una de esa que entraron, la enfermera le anuncio al médico que ya estaba en diez centímetros, yo no sabia ni de que hablaban, pero en cuestión de segundos lo que era una suite de hotel lo convirtieron en una sala de operaciones, encendieron unos focos, que alumbraba más que un estadio de pelota, a la cama donde estaba mi hija le tumbaron la parte de abajo, le pusieron unos ganchos, donde ella iba colocar las piernas, le pusieron una sábana por arriba de la tremenda barrica que casi ni alcanzaba, al doctor lo vistieron con bata, mascarillas, guantes, gorra. La enfermera igualmente y todo comenzó. Los único que se escuchaba era puja, puja, puja ya viene. Creanme que esto me lo contó mi esposa, pues yo creo que con todo el ruido que producían los latidos de mi corazón apenas podía escuchar y mucho menos ayudar, pues yo estaba tratando de aguantarme el corazón con las manos para que no se saliera del pecho.

El médico gritó ya está la cabeza afuera, me arme de valentía y mire ahí mismo, no se ni como mis piernas me aguantaron para que no cayera, aquello era la cosa más impresionante que había presenciado en mi vida. Ver no solamente a mi hija pasando por todo aquello, sino ver también que se desprendía de su ser otro ser que venia a ser parte de la prolongación de mi vida. Que sensación, este acontecimiento tan bello, merecía el haber perdido mis vacaciones. De saber esto antes, hubiese estado allí al día después de la concepción, para no perder ni un instante de esta momento tan bello. Jamás me hubiese perdonado el no estar allí. Ver aquella belleza que posaban sobre mis brazos, aquella inocente criatura, ver como el mandato de nuestro Señor de creced y multiplicaos, se estaba haciendo realidad antes mis ojos.

Ya no volvería jamás a despedir el año sin dar gracias a Dios por haber puesto en mis manos, en menos de un minuto parte de lo que era su creación. Gracias mi Dios, gracias por darme la oportunidad de haber sido parte de ésta Tú celebración de la vida y gracias por permitirme el ser abuelo por segunda vez y tener a Adriel en mis brazos acabando de nacer.

¡Que regalo señores, que regalo y que despedida de año! .>




Miami, Florida



1 comentario:

ELILUC dijo...

Que maravilloso regalo!!!
Felicidades!!!