
Esa mañana
fue muy especial, mis hijos estaban locos con sus juguetes, mi esposa y yo con la
casa nueva que tanto habíamos anhelado durante años. Todo era felicidad.
Cuando mi
hijo más pequeño, salió con su bicicleta al patio trasero, me percaté que el
niño de mi vecino, un chiquillo como de unos cinco años, se aproximó con carita
muy triste a la cerca que dividía nuestra propiedad, mi curiosidad al ver su
cara fue tanta que me acerqué a él y sonriendo le pregunté:
--¿Y a ti que
te trajeron Los Reyes?
Él me miró
fijamente, le brotaron lágrimas de sus ojitos y me dijo:
--Cómo mí papá
no está trabajando, no pudo ir a hablar con Los Reyes Magos y ellos no me pudieron
traer nada.
Tuve que
tragar muy hondo y aclarar mi garganta antes de hablarle nuevamente. Entré a mí casa, todavía con un taco en mi
garganta, hablé con mi esposa y con mis hijos, al escucharme, el mayor, que
solo tiene 7 añitos, me dijo:
--Papá, dale
mi bici que yo espero a que Los Reyes me traigan otra y mientras tanto comparto
las de mis hermanos. Todos asintieron
con la cabeza.
Mi esposa y
yo nos miramos sin mediar palabra, tomé la bicicleta sin pensarlo dos veces,
fui al patio, levanté al chico por arriba de la cerca y le dije:
--A tu casa
no pudieron ir Los Reyes Magos, pero en mi casa ellos si te dejaron esto.
--¿Te gusta?
La
expresión de su carita, su sonrisa y su alegría valían más que todo el oro del
mundo.
Levanté la
cabeza y miré a su padre que me observaba con cara de rareza y le dije:
--Los Reyes Magos
dejaron esta bicicleta aquí para el niño y me dijeron que tenía que entregársela. ¿No hay problema verdad?
Se acercó a
mí, me dio el apretón de mano más fuerte que nadie me había dado jamás y con
esto sentí que se consolidaba no solo nuestra amistad, sino una hermandad que
comenzó ese mismo día.
Veinte años
después un 6 de enero, día de Los Reyes Magos, cómo las 6:00 de la mañana me
encontraba en la cocina preparándome una taza de café, cuando alguien tocó la
puerta de cristal que daba al patio trasero, miré, era aquel niño ya convertido
en un hombre, abrí la puerta, le di un fuerte abrazo y él me preguntó:
--¿Será que
habrá una bicicleta para mí en esta casa?
--Una
bicicleta no, pero una buena café si, nos reímos y nos sentamos a conversar durante
un largo rato, me contó todo lo que había hecho durante sus días de estudiante
en la universidad, de sus planes futuros y antes de irse volvió a abrazarme y me
dijo al oído:
--Gracias por
haberme ayudado a ser tan feliz desde niño, por haberme enseñado que las
pequeñas cosas tienen también un valor muy grande, por enseñarme a respetar a
otros y respetarme a mi mismo y por haberme hecho sentir en tu casa cómo un
hijo más. Eres una gran persona.
Salió por
la puerta de cristal y al brincar la cerca que dividía nuestro patio, levantó
la mano para decirme adiós con aquella misma sonrisa que aún llevo guardada en
mi mente desde veinte años cuando lo conocí por primera vez.
1 comentario:
Hermoso mensaje y perfecto para el dia de los Tres Reyes.
Gracias por compartir!
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